miércoles, 27 de enero de 2010

me fui. y volví. siempre vuelvo. o nunca me voy. no sé.
el punto es que, sin pensarlo, me tomé un avión y volé mil kilómetros para encontrar mi paz mental. quizás con solo cien alcanzaba pero tenía alojamiento gratis así que opté por los mil. en fin. desconecté y conecté. desconecté de la velocidad, del apuro, del cemento interminable y las redes cibernéticas. conecté conmigo, con mis deseos, con el río en mis pies y los cerros que abrazan. en el medio las cosas se pusieron jodidas (siempre tiene que pasar algo) y me descubrí fuerte. pienso que no fue casual lo que ocurrió allá durante mi estadía. al menos yo, tuve que aprender algo. y fue bueno. fue lo que hizo al cierre del viaje. si fuera una película (siempre pienso que mi vida es una película) sería el mensaje o la "enseñanza" que deja cuando termina y que te deja rosqueando por un par de días. u horas. o minutos, pero te deja pensando, preguntándote. me conocí un poco más. me colmé de preguntas y de respuestas y de muchas muchas más preguntas. me gustan las preguntas. ¿me gustan las preguntas? no me voy a poner a responder ahora. podríamos estar todo el día.
en fin. me fuí huyendo de un problema. un problema que, vale aclarar, me generé yo misma. me fuí escapando y creyéndome cobarde por eso. y volví. en el medio entendí que lo que generé no fue un problema, si no una excusa. una excusa para estar conmigo, sola. un proceso que me estaba pidiendo a mí misma hace tiempo y no me lo estaba permitiendo. una excusa para mirar para adentro. honestamente, sin mentirme. y para después mirar para afuera, pero con otros ojos. y ahora todo se ve distinto. distinto para bien.  

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