domingo, 30 de septiembre de 2012

lsdosaños


Yo intentaba explicarle mi odio hacia los cables, recuerdo, incoherentemente a toda velocidad sin puntos ni comas como enredada en palabras que salían sin pensar. Él me miraba se reía y tomaba vino, vino con limón me acuerdo porque yo le decía que eso era sangría, y él me decía que no, que la sangría era otra cosa y sí, sí, sí, tenía razón él, la sangría es otra cosa, algo con frutas creo. En fin, todo pasaba en una velocidad distinta a la habitual, estábamos ansiosos, él me dibujo las medias que yo llevaba puestas, yo pensaba que ojala eso no se borrara al lavarlas, que quería llevar ese dibujo para siempre en mis medias. Tuve frío, pero no tanto, lo dije así, así mismo “tengo frío, pero no tanto” y entonces el sin pensarlo me dio  su suéter verde, el abrigo perfecto para ese momento, el mismo que yo había pensado sería ideal usar en ese instante, y él lo supo lo supo sin mirarme, sabía que eso era lo que yo quería lo que yo necesitaba. Porque el me lee, me sabe, me conoce, a veces mejor que yo misma. Entonces yo seguía en mi verborragia hablando de cables, de enredos, y en eso él se fue a enchufar algo atrás del televisor, donde yo no lo podía ver y me dio miedo, miedo en serio, le dije que vuelva rápido, y que, claro, no se enrede en los malditos cables. Volvió, alivio, beso, te amo. Sonaba música de fondo, música que escuchábamos sin escuchar realmente, hasta que sonó una canción, una canción, su letra hizo que nos miráramos, como si en esa mirada pudiéramos ver el alma del otro, y nos dimos la mano  y nos dimos cuenta, sin duda, esa canción nunca sería la misma, nunca la volveríamos a escuchar de la misma manera, fuimos conscientes de que en ese preciso momento, en ese perfecto presente, estábamos viviendo un recuerdo. Como si nuestra historia y nuestro futuro se fundieran en un instante. Como si el tiempo no existiera. Como si lo único real y certero fuera aquello inmenso y paradójicamente invisible que nos rodeaba y unía.



“Debía tener a lo sumo nueve años cuando un día de verano, pensaba, casi en alta voz, aspirando el perfume de los jazmines: el amor lo es todo. Todo, todo, todo. Todo depende de él en este mundo y todo viene de él, existe por él. No hay que buscar nada más…”