martes, 2 de junio de 2009

“El artista hace lo mismo que el niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma en serio”. Tomarlo en serio quiere decir que se siente íntimamente implicado en y con el juego, siendo para él una fuente de desahogo y placer. No obstante, el niño crece, se convierte en adulto, pero no por ello renuncia a la satisfacción: ya no juega, pero busca otras salidas. “Así pues, el individuo en crecimiento deja de jugar; renuncia aparentemente al placer que extraía del juego pero quienes conocen la vida anímica del hombre saben muy bien que nada le es tan difícil como la renuncia a un placer que ha saboreado una vez. En realidad no podemos renunciar a nada, no hacemos más que cambiar unas cosas por otras; lo que parece una renuncia no es más que una sustitución”. Así es que el artista sustituye el mundo de los deseos y de la fantasía infantil por otro mundo de fantasías adultas. El arte, opina Freud, consigue conciliar el principio de placer con el principio de realidad ya que el artista, aunque no renuncia a la satisfacción de los instintos, consigue al fin adaptarse a la realidad mediante otras vías y creando un mundo nuevo.

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