jueves, 16 de octubre de 2008

Cosas viejas encontradas... re encontradas

La verdad es que no me gusta leerme, nunca me gustó. Pero hoy leyendo estas cosas que encontré me di cuenta de que si escribo, además de sacarme un peso de encima, recuerdo. Y recordar esto me sirve. Me sirve para saber a donde no quiero volver. Cuánto agradezco no sentirme más así...


Ella, la que escribe, la que ordena las letras una tras otra, quisiera hablar en primera persona. Ella quiere hablar de ella, desde ella, pero alguien no la deja. La tercera persona resulta una voz lejana, observadora, que mira pero no entra. Mira, pero no vive, no atraviesa esa tediosa situación de tener que sentir. Desde lejos, cómoda y segura, opina, juzga, habla. Fácil.
La primera persona quiere hacerse escuchar. Pero su voz es tan débil. Su enemiga, la tercera, está decidida a ganar esta batalla de voces. Le tapa la boca, la ahoga, la asfixia, la amedrenta recordándole todo lo que puede pasar si efectivamente se hace escuchar... ella, la primera, tiene demasiado para decir. Y trata de luchar, de vencer esa rival que ella misma creó, pero el agobio es demasiado, la sensación de sofocamiento, de que se acaba el aire, y la terrible certeza de saber que tiene que elegir entre morir o vivir en silencio. Y la aún más terrible decisión que toma, la de existir sin poder hablar, la de existir en la eterna mudez de sus infiernos. Es que para ella morir, sería peor. Privarse de sentir, de emocionarse, de sufrir o de deleitarse ante todo lo que la vida le propone, ese sería su peor final. Elige callar, porque le basta sentir.
Eterna guerra entre voces. Voces que habitan un mismo cuerpo.


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Momentos en los que la necesidad de sacar todo afuera es tan imperante como la de quedarse en silencio, quieta, sin movimiento que altere tantos pensamientos. Vivo con la constante sensación de que elijo mal. No sabría decir si es por falta de caminos o por exceso de ellos, que siempre termino eligiendo el que no es, el que en realidad me lleva a donde ya estuve. Y así estoy… en una rotonda, dando vueltas y vueltas, en un mismo lugar, creyendo que avanzo pero sin darme cuenta de que siempre llego al mismo punto.

(...)

Entonces llorás pero sin que nadie se entere. Gritás pero sin que nadie te escuche...
ni siquiera vos misma.

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