Yo
intentaba explicarle mi odio hacia los cables, recuerdo, incoherentemente a
toda velocidad sin puntos ni comas como enredada en palabras que salían sin
pensar. Él me miraba se reía y tomaba vino, vino con limón me acuerdo porque yo
le decía que eso era sangría, y él me decía que no, que la sangría era otra
cosa y sí, sí, sí, tenía razón él, la sangría es otra cosa, algo con frutas
creo. En fin, todo pasaba en una velocidad distinta a la habitual, estábamos
ansiosos, él me dibujo las medias que yo llevaba puestas, yo pensaba que ojala
eso no se borrara al lavarlas, que quería llevar ese dibujo para siempre en mis
medias. Tuve frío, pero no tanto, lo dije así, así mismo “tengo frío, pero no
tanto” y entonces el sin pensarlo me dio
su suéter verde, el abrigo perfecto para ese momento, el mismo que yo
había pensado sería ideal usar en ese instante, y él lo supo lo supo sin
mirarme, sabía que eso era lo que yo quería lo que yo necesitaba. Porque el me
lee, me sabe, me conoce, a veces mejor que yo misma. Entonces yo seguía en mi
verborragia hablando de cables, de enredos, y en eso él se fue a enchufar algo
atrás del televisor, donde yo no lo podía ver y me dio miedo, miedo en serio,
le dije que vuelva rápido, y que, claro, no se enrede en los malditos cables.
Volvió, alivio, beso, te amo. Sonaba música de fondo, música que escuchábamos
sin escuchar realmente, hasta que sonó una canción, una canción, su letra hizo
que nos miráramos, como si en esa mirada pudiéramos ver el alma del otro, y nos
dimos la mano y nos dimos cuenta, sin
duda, esa canción nunca sería la misma, nunca la volveríamos a escuchar de la
misma manera, fuimos conscientes de que en ese preciso momento, en ese perfecto
presente, estábamos viviendo un recuerdo. Como si nuestra historia y nuestro
futuro se fundieran en un instante. Como si el tiempo no existiera. Como si lo
único real y certero fuera aquello inmenso y paradójicamente invisible que nos
rodeaba y unía.
“Debía
tener a lo sumo nueve años cuando un día de verano, pensaba, casi en alta voz,
aspirando el perfume de los jazmines: el amor lo es todo. Todo, todo, todo. Todo
depende de él en este mundo y todo viene de él, existe por él. No hay que
buscar nada más…”